jueves, 14 de diciembre de 2017

3 CONSEJOS PARA AMAR EN LA DISTANCIA



3 CONSEJOS  PARA AMAR EN LA DISTANCIA 
En estos momentos duros que atraviesa nuestra sociedad venezolana, muchas personas  han visto partir a miembros de su familia que van en busca de un mejor futuro con la maleta cargada de sueños, esperanzas e ilusiones. Sin embargo el corazón de los que aún permanecen aquí sufre. ¿Cómo es posible sobrellevar esta situación? ¿Cómo seguir amando cuando la persona no está? La verdad es que Vale la pena amar a alguien aun estando lejos, he aquí tres razones para amar a pesar de la distancia.


Mantener vivo el recuerdo
Para poder seguir amando a los seres queridos que ya no vemos debido a las distancias geográficas que no separan es necesario mantener vivo el recuerdo, es decir hay que refrescar de vez en cuando la memoria para que los aspectos relevantes de la persona no desaparezcan en el tiempo. No se trata de vivir en el pasado, sino más bien de atesorar los buenos momentos vividos, hasta que llegue el momento de tener nuevas historias que guardar.
La mente humana es poderosa, las canciones, los sabores e incluso lo olores que percibimos están relacionados con nuestros recuerdos así que para recordar con cariño basta con echar de vez en cuando una ojeada al álbum de fotografías, o a cualquier recuerdo. Lo importante es que sepamos diferenciar el recordar con cariño al querer vivir en el pasado.
Recordar es volver a vivir, o mejor dicho revivir aquello que nos trajo alegría. Para seguir amando en la distancia vale la pena recordar lo importante que es esa persona para nosotros, recordar su forma de ser, incluso recordar esas partes de ellos que no nos gustaban para que así no nos hagamos una idealización de la persona sino que recordemos con claridad su particular manera de ver la vida y una vez habiendo recordado a la persona reala, con errores y aciertos, con defectos y virtudes  continuar viviendo pues de nada sirve añorar un pasado que ya se fue.  Es decir recuerda, pero no vivas de recuerdos.
Amar a la persona en la distancia es reconocer su importancia en nuestra vida, pero también es saber que cada uno tiene derecho a recorrer u propio camino. Recordar con cariño es saber sonreírle a la vida sabiendo que hay algo que jamás nos quitaran y ese algo son las experiencias vividas, en tiempo compartido y el amor mutuo.
Para quien ama nada es imposible y basta con recordar con cariño para darse cuenta que todo esfuerzo por el bien del ser amado vale la pena.

Dar muestras de amor
A veces damos por entado que los demás saben lo que sentimos por ellos, que tan solo por el hecho de haber compartido una historia es suficiente para que el hilo del amor permanezca y no se rompa. Ese es el gran problema de muchos padres que aman a sus hijos y están dispuestos a dar su vida por ellos pero no son capaces de decírselos claramente, lo dan por sobreentendido, pero no es suficiente el amor hay que demostrarlo.
Cuando el otro está lejos entonces esa necesidad de compartir gestos de amor son aun más necesarias, la otra persona está en otro ambiente atravesando dificultades, problemas y sinsabores y lo que más necesita son muestras de cariño que le inspiren a seguir adelante, la llamada oportuna, el menaje alentador, la sonrisa, la frases esperanzadoras son algunas de las formas en que aquel que recuerda con cariño puede hacerle entender al otro que es amado, recodado y esperado.
Hay que dar el paso, es necesario romper las barreras y dar esa pequeña muestra de amor, esto sí, sin necesidad de que nos volvamos acosadores. No se trata de vigilar cada paso que dan, cada decisión que toman, no se trata de ser su sombra ni nada por el estilo sino, de dar muestras de cariño y amor verdadero, que el otro se sienta amado a pesar de la distancia. Que sienta que hay alguien que se interesa por su bienestar que se alegra con sus triunfos y se duele de sus fracasos, en definitiva es hacerle entender que no está solo. Que aun en la distancia hay alguien que lo ama.

Amar en libertad.
Lo más importante para quien ama a fin de cuentas es la felicidad del ser amado y más aun cuando hablamos de familiares cercanos. Nuestro amor no pude en ningún momento cortarle la felicidad a quienes amamos porque quien corta la felicidad del otro no le ama simplemente es un ególatra.
 Ahora bien, se trata entonces de aprender amar en libertad es decir, amar al otro hasta el punto de dejarlo volar tan alto como pueda, dejarlo aprender lo necesario, dejarlo vivir pero sin dejarlo de amar. Amar y dejar crecer.  Es decir, poner la semilla del buen ejemplo de la buena voluntad, poner el abono del cariño, del aprecio, del amor compartido y finalmente dejar que crezca tan alto como desee.  
Amar en libertad es echar a volar el pequeño pajarillo y alegrarse cuando domina el vuelo y surca los cielos.
Amar en libertad es dejarle tomar sus propias decisiones, orientándolo pero sin imponer nuestro criterio.
Si ya ha dejado el nido, si ya ha partido, es el momento de dejarlo valorar e instarlo a que vuele cada vez más alto. Es momento también de confiar en que utilizara todas las herramientas que les hemos dado, es confiar también en Dios que nunca abandona y saber que tarde o temprano volverá al nido, no como antes, sino siendo una nueva y mejor versión de sí mismos.
Quien ama en libertad sabe dejar ir, no porque no ame, sino porque sabe que el amor no se obliga, ni se encierra,  ni se controla, simplemente se experimenta, se siente, se padece, se vive. Quien ama en libertad ama la felicidad del ser amado aun por encima de la propia. Se necesita mucho amor para retener a alguien, pero se necesita mucho más amor para dejarlo ir, para verlo volar, para verlo feliz.
Vale la pena amar los hermanos, hijos  o parientes que han partido, vale la pena recordarlos, vale la pena de vez en cuando escribirles, vale la pena todo sacrificio, porque amar siempre vale la pena aunque a veces duela un poco.

Paz y Bien



Diac Rafa 

martes, 5 de diciembre de 2017

Y DIOS ME DIO HERMANOS.


Y DIOS ME DIO HERMANOS.
Experiencia personal del camino a Emaús

En el camino de la fe, a veces llega el hastío, por una razón o por otra el fuego que ardía en el momento en que Dios no hizo la llamada se va apagando. No es que se pierda la fe, no es que se deje de creer, sino más bien todo se va enfriando. Las ocupaciones, el servicio, incluso el mismo ritmo de vida van ahogando aquel calor inicial, la sal ya no es tan salada como antes y nuestro espíritu poco a poco se resiente, entramos en la noche oscura y en medio del Silencio de Dios aunque seguimos adelante, falta algo, falta el fuego del primer amor.
Creemos que Dios está lejos, lo sentimos lejano o nos habituamos tanto a estar con el que ya no nos mueve de la misma manera. No se deja de servir, no se deja de amar, No se deja de querer estar con él pero, en ausencia de ese fuego inicial el alma queda sedienta de aquello experimentó. Y es ahí cuando Dios vuelve  manifestarse, cuando enciende una luz en medio de nuestra noche, cuando hace que la brisa del Espíritu nos quite el sopor y nos levanta para que sigamos de pie, nos reenciende el fuego. Nos recuerda su amor y nos da ánimos para seguir adelante.
Esa experiencia de que les hablo, en mi caso muy personal ocurrió en el camino a Emaús, en el cual al despójame de todo lo que creí que era, pude desnudar mi alma delante del Señor resucitado, que con su palabra hizo arder mi corazón y a quien pude descubrir al partir el pan.
Jesús nunca esta tan cerca de nosotros como cuando creemos que se ha ido, el problema no es la aparente lejanía de Dios, el problema es que nos volvemos incapaces de reconocerlo, De descubrir que él está a nuestro lado. Creo que lo más importante de la experiencia de Emaús es precisamente el reencuentro con Jesús vivo y resucitado, y no porque no lo tengo cerca como en efecto ocurre en cada eucaristía sino por el hecho de quitarnos el velo que cubría nuestros ojos y descubrir que el siempre ha estado en nuestro caminar. Es encontrar a Jesús en medio de la comunidad.
Cuando se ha convivido tanto con el Señor el corazón puede llegar a encallecerse perdiendo el ardor inicial, por eso esta vuelta al encuentro con ese Jesús Vivo y resucitado nos hace saltar de alegría. Porque descubrimos dos grandes verdades: la primera es que Jesús nunca nos ha dejado solos y la segunda es que Dios nos ha dado Hermanos.
Jesús siempre e acerca, sobre todo cuando caminamos cabizbajos, cuando los problemas, el tedio, la costumbre y la frialdad empieza a llenar nuestros corazones. El se acerca no para juzgarnos sino para revelarnos su gran amor, y ese es el camino de Emaús. El lugar de encuentro con el Señor, ese instante en que nuestra vida vuelve arder cuando él nos explica las escrituras revelándonos que nunca nos ha abandonado, que a pesar de todo y contra todo está ahí, y ese descubrimiento de un Jesús cercano  transforma el corazón.
Pero ese encuentro con Jesús resucitado es sin duda alguna el encuentro con el hermano, el encuentro con ese “Cleofás” que caminaba también con nosotros, que también había sentido el dolor de la lejanía y el frio de la ausencia del fuego inicial. Ese hermano que también escuchó la voz de Jesús y quien como nosotros sintió arder su corazón.
La experiencia del camino de Emaús es la experiencia del encuentro con el hermano. Es el descubrimiento de que aun en estos tiempos, aun en medio de las dificultades no estamos solos porque Dios nos da hermanos. Es saber que hay alguien a tu lado que ha pasado por el mismo desierto y que ha encontrado la salida, pero que no se conforma con salir él. Sino que animado por el Espíritu Santo vuelve sobre sus propios pasos y nos muestra el camino de vuelta. Es ese hermano que grita en medio de la noche: JESUCRISTO HA RESUCITADO. Es esa voz que nos anuncia el milagro, es esa mano que guía en medio de la oscuridad, es ese hombro que te sostiene y ese abrazo que te levanta.
En el camino de Emaús Dios me dio hermanos. Y ese fue el regalo más grande que pude recibir. Es ese hermano que camina a tu lado quien se preocupa por mantener el fuego encendido. Es ese hermano que te indica el camino al encuentro con Dios. El camino a Emaús es una experiencia pascual, en la que Dios se manifiesta de tal modo en los hermanos que al estar frente a ellos no se puede más que exclamar “míralos como se aman” y es ese amor de Dios que se trasmite por el hermano lo que en definitiva te hace renacer. Es la hermandad nacida de la experiencia del resucitado la que nos resucita a una vida distinta.
Y cuando otra vez el hastío quiere volver, se oye la vos del hermano, de los hermanos que gritan de gozo y que exultan al Dios vivo diciendo: JESUCRISTO HA RESUCITADO. Y nos damos cuenta que ya nuestros labios no están sellados. Y embriagados por el júbilo de quien ha visto a su Señor confirmamos aquella expresión con otra similar que nace de nuestro corazón, y que se eleva por el cielo: EN VERDAD HA RESUCITADO.
Y juntos como hermanos volvemos a la noche oscura con nuestra lámpara encendida gritando a tiempo y a destiempo, a aquellos que aun no encuentran el camino, aquellos que están perdidos, solos o tristes, aquellos por los que el Señor murió en la cruz. Y les decimos desde el corazón:
JESUCRISTO HA RESUSITADO…
EN VERDAD RESUCITO.

Esa es mi experiencia personal sobre el camino de Emaús

Dios  les bendiga

Paz y Bien  

Diac Rafa.