Y
DIOS ME DIO HERMANOS.
Experiencia personal del camino a
Emaús
En el camino de la fe, a veces llega
el hastío, por una razón o por otra el fuego que ardía en el momento en que Dios
no hizo la llamada se va apagando. No es que se pierda la fe, no es que se deje
de creer, sino más bien todo se va enfriando. Las ocupaciones, el servicio,
incluso el mismo ritmo de vida van ahogando aquel calor inicial, la sal ya no es
tan salada como antes y nuestro espíritu poco a poco se resiente, entramos en
la noche oscura y en medio del Silencio de Dios aunque seguimos adelante, falta
algo, falta el fuego del primer amor.
Creemos que Dios está lejos, lo sentimos
lejano o nos habituamos tanto a estar con el que ya no nos mueve de la misma
manera. No se deja de servir, no se deja de amar, No se deja de querer estar
con él pero, en ausencia de ese fuego inicial el alma queda sedienta de aquello
experimentó. Y es ahí cuando Dios vuelve
manifestarse, cuando enciende una luz en medio de nuestra noche, cuando
hace que la brisa del Espíritu nos quite el sopor y nos levanta para que
sigamos de pie, nos reenciende el fuego. Nos recuerda su amor y nos da ánimos
para seguir adelante.
Esa experiencia de que les hablo, en
mi caso muy personal ocurrió en el camino a Emaús, en el cual al despójame de
todo lo que creí que era, pude desnudar mi alma delante del Señor resucitado,
que con su palabra hizo arder mi corazón y a quien pude descubrir al partir el
pan.
Jesús nunca esta tan cerca de
nosotros como cuando creemos que se ha ido, el problema no es la aparente lejanía
de Dios, el problema es que nos volvemos incapaces de reconocerlo, De descubrir
que él está a nuestro lado. Creo que lo más importante de la experiencia de Emaús
es precisamente el reencuentro con Jesús vivo y resucitado, y no porque no lo tengo
cerca como en efecto ocurre en cada eucaristía sino por el hecho de quitarnos
el velo que cubría nuestros ojos y descubrir que el siempre ha estado en
nuestro caminar. Es encontrar a Jesús en medio de la comunidad.
Cuando se ha convivido tanto con el Señor
el corazón puede llegar a encallecerse perdiendo el ardor inicial, por eso esta
vuelta al encuentro con ese Jesús Vivo y resucitado nos hace saltar de alegría.
Porque descubrimos dos grandes verdades: la primera es que Jesús nunca nos ha
dejado solos y la segunda es que Dios nos ha dado Hermanos.
Jesús siempre e acerca, sobre todo
cuando caminamos cabizbajos, cuando los problemas, el tedio, la costumbre y la
frialdad empieza a llenar nuestros corazones. El se acerca no para juzgarnos
sino para revelarnos su gran amor, y ese es el camino de Emaús. El lugar de
encuentro con el Señor, ese instante en que nuestra vida vuelve arder cuando él
nos explica las escrituras revelándonos que nunca nos ha abandonado, que a
pesar de todo y contra todo está ahí, y ese descubrimiento de un Jesús cercano transforma el corazón.
Pero ese encuentro con Jesús
resucitado es sin duda alguna el encuentro con el hermano, el encuentro con ese
“Cleofás” que caminaba también con nosotros, que también había sentido el dolor
de la lejanía y el frio de la ausencia del fuego inicial. Ese hermano que también
escuchó la voz de Jesús y quien como nosotros sintió arder su corazón.
La experiencia del camino de Emaús es
la experiencia del encuentro con el hermano. Es el descubrimiento de que aun en
estos tiempos, aun en medio de las dificultades no estamos solos porque Dios
nos da hermanos. Es saber que hay alguien a tu lado que ha pasado por el mismo desierto
y que ha encontrado la salida, pero que no se conforma con salir él. Sino que
animado por el Espíritu Santo vuelve sobre sus propios pasos y nos muestra el
camino de vuelta. Es ese hermano que grita en medio de la noche: JESUCRISTO HA
RESUCITADO. Es esa voz que nos anuncia el milagro, es esa mano que guía en
medio de la oscuridad, es ese hombro que te sostiene y ese abrazo que te
levanta.
En el camino de Emaús Dios me dio
hermanos. Y ese fue el regalo más grande que pude recibir. Es ese hermano que
camina a tu lado quien se preocupa por mantener el fuego encendido. Es ese
hermano que te indica el camino al encuentro con Dios. El camino a Emaús es una
experiencia pascual, en la que Dios se manifiesta de tal modo en los hermanos
que al estar frente a ellos no se puede más que exclamar “míralos como se aman”
y es ese amor de Dios que se trasmite por el hermano lo que en definitiva te
hace renacer. Es la hermandad nacida de la experiencia del resucitado la que
nos resucita a una vida distinta.
Y cuando otra vez el hastío quiere
volver, se oye la vos del hermano, de los hermanos que gritan de gozo y que exultan
al Dios vivo diciendo: JESUCRISTO HA RESUCITADO. Y nos damos cuenta que ya
nuestros labios no están sellados. Y embriagados por el júbilo de quien ha
visto a su Señor confirmamos aquella expresión con otra similar que nace de
nuestro corazón, y que se eleva por el cielo: EN VERDAD HA RESUCITADO.
Y juntos como hermanos volvemos a la
noche oscura con nuestra lámpara encendida gritando a tiempo y a destiempo, a
aquellos que aun no encuentran el camino, aquellos que están perdidos, solos o
tristes, aquellos por los que el Señor murió en la cruz. Y les decimos desde el
corazón:
JESUCRISTO HA RESUSITADO…
EN VERDAD RESUCITO.
Esa es mi experiencia personal sobre
el camino de Emaús
Dios
les bendiga
Paz y Bien
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