lunes, 31 de julio de 2017

Grupos juveniles



Grupos juveniles

Qué gran experiencia cristiana esa de haber participado en un grupo juvenil.
No es fácil enfrentar la pubertad, la adolescencia, la juventud y los cambios que conlleva. No es fácil dejar de ser niño y avanzar hacia a la edad adulta.  Son cambios profundos no solo a nivel físico y emocional sino también a nivel de fe, de creencia, de maduración, es una etapa bastante frágil en nuestras vidas, es en ese momento donde terminamos de formar nuestra identidad, y trazamos el camino hacia donde queremos ir.
Mi vida cristiana empezó con el bautismo, pero mi vida de fe, de entrega, de compromiso cristiano surgió unos 15 años después cuando conocí a una Iglesia joven que con un mensaje claro, conciso, alegre y llevado con entusiasmo: Cristo está  vivo, y te ama.
Ya han pasado 22 años desde aquel día, pero sé que todo cuanto soy en la vida cristiana se los debo a aquellos jóvenes que encausaron mi juventud hacia Cristo. Ellos sin saberlo me dieron más de lo que nadie me había dado, dieron sentido y dirección a mi vida, no solo hablo de fe, hablo del amor de una familia, de amigos que se vuelven hermanos, del fermento de una nueva vida, que me hizo ver mas allá de lo que jamás había pensado, pues con ellos descubrí que el cielo es real y que Dios quería que yo estuviera ahí con él. Estas son las 3 cosas que encontré en mi grupo juvenil.


El calor de una familia
Cuando se es adolescente uno tiene la sensación de no encajar en ningún lado, todo nos molesta, todo nos hace reaccionar mal y en muchos de los casos nos sentimos solos, incomprendidos y rechazados, demasiados jóvenes para ser adultos; demasiado grandes para ser niños. En este espacio existencial nos volvemos presa fácil de todo aquel que quiera manipularnos porque somos tan inestables emocionalmente y muchas veces no sabemos ni a donde vamos ni porque.
A nuestras familias en su mayoría, les cuesta entender o tratar con los adolescentes, quizá porque no saben cómo lidiarlos, porque están ocupados o porque simplemente sus experiencias fueron tan pobres que no saben cómo enfrentarlos y prefieren alejarse antes que involucrarse. La adolescencia es la edad de las pandillas, de las malas juntas, de los errores, de las locuras y en medio de la oscuridad de esa noche en nuestra vidas los grupos juveniles católicos se vuelven esa familia que acoge, que ama, que protege, que educa, que no tiene miedo a afrentarse a los problemas y a enfrentarlos, que no teme dar herramientas, que no teme asignar responsabilidades.
Esa iglesia joven, fue la que hizo de mí quien soy, y sé por experiencia que su labor no solo es importante sino que también es necesaria.
Los grupos juveniles deben ser las familias que brindan calor a los jóvenes, entendiendo que atraviesan una de las etapas más duras, deben amar sí, pero también cultivar la responsabilidad, el respeto y la fe. Un grupo juvenil donde no se cultiven valores es simplemente una banda de jovencitos que tarde o temprano meterá la pata. Hace falta que el joven se sienta en familia, pero que también sienta que se les confían responsabilidades, se les acepta y se les trata con cariño pero también se les dan herramienta para crecer


La hermandad de los amigos
La amistad es sin duda alguna un elemento unificador en los grupos juveniles, pero debe ahondar más que el simple chalequeo entre lo que son de la misma edad, debe ir profundizando los lazos de la amistad hasta convertirla en  fraternidad. El joven necesita saber que los demás quieren ser su amigo y que les ofrezcan una amistad sincera y perdurable, pero que al mismo tiempo sientan que eso que se les acercan y lo quieren guiar y acompañar son hermanos en Cristo, Jesús el hermano mayor.
Esta hermandad implica la comprensión. Todos los jóvenes pasan por momentos difíciles que los adultos menosprecian, piensan que por el hecho de que ellos ya han atravesado esa situación se trata de algo fácil y le restan importancia y olvidan que no es lo mismo ver las llamas que caer en el fuego. Los grupos juveniles deben luchar a diario por entender lo que viven los jóvenes, ponerse sus zapatos, bajar a donde ellos se encuentran y desde ahí mostrarle una manera distinta de hacer las cosas.
Los jóvenes están cansados que se les mire desde arriba y con desprecio, ellos necesiten alguien que descienda a su nivel y los escuche, los entienda y los levante, que les haga sentir que sus problemas si son importantes y que pueden ser resueltos, que existe alguien que se preocupa por ellos y los entiende porque también es joven, porque sabe lo que se siente, porque es su hermano


El fermento de la nueva vida
A los jóvenes hay que hacerles sentir el calor y el afecto de una familia, hay que tratarlos como amigos hasta el punto de volvernos hermanos pero si no se les muestra a Cristo, si no se les habla del reino, si se les hace fijar la mirada en el cielo habremos fallado como guías, como padres, como maestros, como sacerdotes, como catequistas, como diáconos.
La diferencia entra los clubes, las brigadas juveniles y los grupos juveniles de la iglesia radican esencialmente en que en la iglesia a los jóvenes se les da el fermento de la nueva vida; es decir el gran atractivo del grupo Juvenil siempre ha de ser Cristo. Sin la personalidad atrayente de Cristo en medio del grupo juvenil. Sin su presencia en las oraciones, en las Eucaristías, en los retiros la función esencial de los grupos juveniles católicos se pierde y se vuelven un club más, que no genera vida, que no genera más que amargas experiencias.
El secreto está en saber sembrar la semilla, en hablarles de Dios, en llevarlos hacia él. No basta decirle al joven que puede ser bueno, es necesario decirle que Dios puede ayudarlo a ser bueno. No es suficiente decirle que se aleje de las drogas, es necesario mostrarle a un Dios que le da una felicidad perdurable y verdadera, no solo hay que tratarlos con amor hay que mostrarles que Dios es amor.
Qué bello es un grupo juvenil, que te enseña a rezar, que te enseña a ir a misa, que te lleva de misión, que te entiende y que sobre todas las cosas te muestra a Jesús.
Dios quiera los grupos juveniles se multipliquen. 
Soy lo que soy gracias a mi grupo juvenil y mi mayor de deseo es que muchos jóvenes puedan decir lo mismo. No es fácil nadar contra corriente, nos es fácil seguir a Cristo y dejar lo mundano atrás. No es fácil, pero es posible.
Eso lo aprendí en mi grupo juvenil.
Y como dirían mis amigos y hermanos de aquella época
Por Cristo
Mas
Mas
Y más

Paz y Bien
Diac Rafa 



jueves, 27 de julio de 2017

A MIS HERMANOS CATEQUISTAS



A MIS HERMANOS CATEQUISTAS
Que complejos somos los seres humanos, no solo necesitamos combustible para que nuestros músculos y órganos trabajes con normalidad; No, eso no es suficiente, Mas que comida necesitamos alimento que llene nuestras panzas y nuestros corazones, no solo necesitamos conocimiento que nos ayuden a entender cómo funciona el mundo a nuestro alrededor, necesitamos un aprendizaje profundo nacido de la experiencia, el acompañamiento y el afecto; no solo necesitamos vigilantes que no digan a donde podemos y no podemos ir; mas que un tutor necesitamos un amigo, alguien que nos entienda que nos escuche y saque de nosotros lo mejor.
Somos complejos porque no somos un procesador de datos que ejecuta órdenes y comandos, somos seres humanos con sentimientos, con necesidades materiales y afectivas, con realidades humanas, con historia, con pasado, con sueños, con problemas con alegrías y tristezas, con virtudes y pecados, con días buenos, días malos y días regulares.
No somos una hoja de Word que debe ser llenada, somos una persona que debe ser entendida, aceptada, estimulada y amada.
Somos humanos y necesitamos mucho más que cosas materiales, porque al fin de cuentas tenemos un cuerpo, alma y espíritu creados por un  Padre en común que nos atrae hacia él con tanta fuerza que aunque no lo conozcamos sabemos que siempre está ahí amándonos.
Somos humanos, formados del humus de la tierra, vivos por el aliento del padre que cuando soplo en nuestras narices, eternos viajeros en busca de nuestro lugar en el cielo junto a él, a veces perdidos, otra veces encontrados, siempre en marcha, siempre con necesidades, siempre empujados hacia delante, siempre mirando mas allá, inquietos, curiosos, inteligentes, frágiles, pequeños en un mundo gigante, diminutos en un universo infinito, amados por un Dios que es más de lo que podemos imaginar o pensar. Eso somos. Somos hijos de Dios amados por él.
Entender que somos humanos es la tarea principal que debe emprender cada catequista, partiendo del entenderse a si mimo, hasta llegar a entender a los demás, desde la experiencia personal hasta el compartir fraterno, desde el yo hasta el otro. Desde mi realidad hasta su realidad. Sin esta experiencia de humanizar todo acto catequético va perdiendo sentido; es decir, se debe entender que el interlocutor que está ahí, es tan ser humano como lo soy yo, que tiene tantas dificultades como las tengo yo, que tiene un cuerpo tan frágil como el mío y que necesita de Dios tanto o incluso más que yo.
Cristo se hizo humano para entendernos, los cristianos hemos de hacer lo mismo o perderemos el sentido de nuestra misión.
Entender y comprender, esto es construir puentes y no barricadas, es acercar y no alejar, es darse, es entregarse, es acortar las distancias, y sanar corazones, más allá de la transmisión de los conocimientos tiene que tocar el corazón y la persona humana, a Jesús sus contemporáneos le llamaban maestro (rabí) y decían que era destino que enseñaba diferente a escribas y fariseos el mismo Natanael lo reconoce como tal, solo por el hecho de que él lo había visto, es decir le conocía, y para entender primero hay que conocer, bajar, buscar y encontrar al otro, no desde lejos como espectadores sino de cerca como hermanos.
En mi opinión la catequesis debe ser: Una caricia de amor, Una palabra que sana y Un gesto que une. No estoy hablando de contenidos, ni de itinerarios, no se trata de eso, hablo del encuentro entre dos seres humanos que buscan a Dios. Semejantes no iguales, en una relación vertical sino horizontal. No un maestro sino un hermano, no un guía sino un compañero de camino.
UNA CARICIA DE AMOR
La necesidad más profunda del ser humano es la necesidad de amor. Estamos hechos de amor puro y somos felices cuando recibimos amor de los demás, esa si se quiere es la características más relevante que nos asemeja a Dios, el nos ama tanto, que nos creó, nos libreo, nos salvo y nos dio a su hijo, quien murió y resucito por nosotros. Dios es amor, el hombre proviene de ese amor fundamental y por eso tiene en sí mismo la semilla del amor, pero también una sed inmensa de este, sin embargo es una sed que solo puede ser saciada por la fuente que no se seca y ese es Dios mismo.
Si la catequesis no refleja ese amor que viene de Dios, algo muy malo está pasando, si el catequista no es un enamorado de Dios que como un espejo bien pulido refleje a Dios a quien él conoce, algo muy malo está sucediendo. La catequesis no debe ser una clase de matemática donde se suma y se resta, donde se multiplica o divide, la catequesis debe ser una caricia de amor al corazón herido de aquel destinatario que camina a mi lado en su proceso de crecimiento. El otro debe sentirse amado no solo por Dios, sino también por el catequista, el amor es el centro de la acción catequética, si se le quita, este sencillamente se cae.
Quienes comparten con nosotros la catequesis, necesitan sentirse amados porque son seres humanos, más que cumplir con una planificación de objetivos y temas se debe cumplir con la premisa del señor: ámense los unos a los otro como yo les he amado. Sin esa caricia de amor que toque el corazón mas que la razón, la catequesis jamás se renovara, y todo esfuerzo terminara en cansancio y no encontraremos plenitud.
El catequista debe saberse amado por Dios y tener la experiencia personal de ese amor de Dios que lo mueve a anunciarlo. Si no se anuncia la experiencia de ese amor entonces ¿Qué se anuncia? Quien es amado, sabe amar, quien es amado entiende, perdona, ayuda, no porque se cree mejor, no porque sabe más, sino porque ha encontrado una fuente inagotable de amor que desea que todos beban de ella. El catequista tiene que vivir el encuentro de amor con Dios antes de ir al encuentro con el otro. Pues solo en el amor se puede educar en la fe.
UNA PALABRA QUE SANA
Las palabras tienen un gran poder, porque al ser humanos esas palabras que recibimos entran en la mente y en el corazón. Una palabra de amor enriquece, una palabra de odio empobrece. Hay palabras que nos hacen subir a las cumbres de la felicidad, mientras otras nos hunden en la depresión. Las palabras que usamos pueden ser bálsamo que alivia o veneno que mata. ¿De dónde nace la diferencia? La diferencia está en quien las dice y como las dice. Cada catequista es un comunicador, que tiene el don para transmitir la Palabra que da vida. Es también un ser humano que siente y padece las dificultades de la vida. Ahora bien, siendo quien es, su misión es comunicar el mensaje que Dios le ha revelado a través del magisterio, de la palabra, de la historia y de su día a día.
Sin embargo no es tan fácil como parece, lo primero que se debe entender es que lo que diga y como lo diga dejara una huella profunda en el corazón de quienes lo escuchan. Tienen el poder de acercar o de alejar, de sensibilizar o enojar. Tiene una gran tarea designada por el obispo y deben esforzarse en hacerlo lo mejor que se pueda. El catequista no habla en su nombre, habla en nombre de Dios y de la Iglesia. Y como todo orador debe perfeccionarse cada día en el arte de comunicar, de hacerse entender. Cada palabra que diga debe estar sazonada con la experiencia de una Iglesia con 20 siglos de experiencia.
La tarea del catequista es hacer que cada una de sus palabras, toquen a la vez la mente y el corazón, que enseñe, que eduque, pero también que sane. En un mundo lleno de tantas barbaries, de tantas ofensas y groserías, es necesario que el catequista tenga palabras distintas, palabras de amor que sanen el corazón herido de quien escucha.
Cuando Jesús resucito todo quedaron por el suelo, y los discípulos de Emaús no eran la excepción, estaban dolidos, tristes perdidos, un tanto amargados y confundidos, Jesús se les acerca camina con ellos, se interesa en ellos, habla y escucha, explica, conversa enamora con las palabras y ellos sienten arder su corazón tanto que desean que él se quede, que no siga de largo, que siga hablando.
Tu querido amigo catequista debes hacer lo mismo. Tener en tu corazón la viva experiencia del resucitado, explicar las escrituras con el ardor de quien sabe que Jesús está vivo. No monologar, no hablar solo para ti, sino saber escuchar, que tus palabras sean sanadoras, pero para que tus palabras puedan sanar tienes que tener los otros sentidos despiertos y darte cuenta del sufrimiento que tienen los que te escuchan, no les hables de lo que a ti te gusta, háblales de lo que ellos necesitan, están heridos, necesitan Sanar, están perdidos, necesitan encontrar el camino. Sobra quienes los griten, sobra quienes los juzguen, sobra quienes los hieran, los que les hace falta es alguien que se atreva a escucharlos no para juzgarlos, sino para ayudarlos, uno que se atreva a caminar con ellos, a probarse sus sandalias, a bajarse hasta estar a su altura e intentar ver el mundo desde su perspectiva y mostrarle con amor aquello que Dios te ha revelado.
Ellos no necesitan un maestro, necesitan un compañero de camino que haga arder su corazón. Y si el tuyo aun no está ardiendo o se le ha acabado el combustible, vuelve a la fuente, vuelve a la fracción del pan y ahí tus ojos se abrirán y podrás correr a anunciar que Jesús Vive y esa verdad sana todo corazón



UN GESTO QUE UNE
Después de la resurrección Jesús se le acercó a Pedro y le preguntó  3 veces si lo amaba y cuando él le responde que si, Jesús le dice: apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos. Pedro había negado a Jesús 3 veces, pero ahora que le ha perdonado tiene un gesto bonito le encarga su redil. No para que sea su dueño sino para que lo cuide lo apaciente, lo defienda, lo proteja y lo guie.
El catequista no es dueño ni de la misión que le ha sido en cargada, ni de las ovejas. No es dueño de nada pero se les han confiado algunas ovejas del redil del señor y lo que les suceda es su responsabilidad. Responsables sí, pero no somos dueños de nada. La obra es de Dios, y nosotros somos solo siervos inútiles que hacen lo que les toca.
La catequesis debe estar llena de gestos de fraternidad, de confianza y de amor. La sonrisa, el buen trato, la generosidad, y el cariño son algunos de esto gestos. De nada sirve tener la verdad revelada si al anunciarla la hacemos de mala gana, con mala cara, malgeniados o iracundos. Querido catequista el señor te dice: apacienta mis corderos, trátalos con cariño, ten gestos de amabilidad con ellos.
Es necesario que aprendamos a tratarnos con acariño, sobre todo si somos catequistas.
No eres un general que tienes que gritar órdenes a sus sub alternos eres un escogido de Dios al que se les ha confiado el cuidado de unas almas.
Que en catequesis nadie se vaya herido, que nadie se vaya maltratado, no dañes sino cuida, protege y ayuda. No todo marcharan al mismo ritmo, corre con los que sean veloces, gatea con quienes no sepan caminar. Vivimos en un mundo lleno de odios y de maltratos se tú un oasis de paz. Y como la paz no es una palabra sino una forma de vida haz que con tus gestos, con tu forma de ser y con tu cariño todos quieran refugiarse ahí donde tú estás: al abrigo del todo poderoso.
No te dejes vencer por el pesimismo. No te dejes llevar por la ira. Sonríe más, escucha más, entrega mas, esfuérzate más, da siempre más de lo que te pidan, no te pongas límites y si te los pones supéralos.  Nunca seas mediocre Pues Dios y la iglesia confían en ti.
A ti querido catequistas van estas palabras.
Espero que te ayuden
Dios te bendiga
Paz y bien.      
Diac rafa



martes, 25 de julio de 2017

¡GRACIAS!




¡GRACIAS! 


El tiempo pasa y para bien o para mal  deja su huella, los años van esculpiéndonos, del mismo modo que el agua moldea las laderas de las montañas así el tiempo nos va formando, unas veces causando derrumbes otras veces generando hermosas cascadas, siempre esculpiéndonos, siempre dándonos forma. No importa lo que hagamos, queramos o no el tiempo deja su huella, y esa huella es el signo de que estamos vivos, de que hemos pasado por este mundo.
No todas las huellas son hermosas, hay huellas que nos recuerdan momentos especialmente dolorosos, tristes o amargos pero el hecho de ver esa cicatriz nos alienta, pues quiere decir que la herida ha sanado. ¿Cuántas heridas aun llevamos abiertas? ¿Cuántas heridas aun sangran? Qué hermoso será el día en que nos demos cuenta que debemos dejar que el tiempo cierre las heridas, y que podamos ver las cicatrices sin dolor, sin resentimiento, sin quejas,  sabiendo simplemente que algo que nos hirió hoy es solo una fuente de aprendizaje y no una fuente de dolor.
Pero existen huellas hermosas, son aquellas que la gente que amamos nos deja al pasar por nuestra vida. todo es tan efímero, que poder haber tenido esas experiencia son toda una bendición, esos amigos que nos acompañaron en la infancia, aquellos amores de la juventud, los abuelos con su cariño y sabiduría, gente cuyo paso en nuestra vida quizás no duró lo que nosotros imaginamos, pero que dejaron una huella tan profunda que aun hoy su recuerdo nos hace sonreír, nos hace luchar, soñar y vivir sabiendo que no todo el mundo es malo, que escondidos entre montones de carbones se encuentran valiosos diamantes.
El tiempo pasa, no lo puedo detener, el no responde a mi querer, tiene una autonomía que yo no le puedo quitar.
El tiempo pasa y en su correr nos trae y se lleva. Nos da y nos quita, así es él, siempre en movimiento. Cuantas cosas se pueden aprender cuando dejamos que el tiempo nos enseñe. Que buen maestro es el señor tiempo, que siempre nos hace entender la lección que la vida nos da. Que  buen doctor es el señor tiempo, que nos ayuda a sanar hasta las heridas más profundas. Qué hermoso es el tiempo que nos toca vivir, que bello y que poco es, que emocionante y tan limitado. Que fugaz y que valioso es. No vale la pena desechar ni un segundo pues no sabemos si ese será el último.
Nuestro tiempo tiene fecha de caducidad, nuestro tiempo, esos pequeños granos de arena que caen en nuestro reloj están contados, se  acaban, no estaremos para siempre en este mundo, hay otro mundo mejor, existe un cielo, pero en este mundo nuestro tiempo es tan fugaz que asusta, en un momento estamos en la escuela y al siguiente llevamos a nuestros hijos a la escuela.
Nuestra lucha no es ni debe ser contra el tiempo.
El tiempo nos ha permitido alcanzar lo que tenemos, nos inspira a ir siempre adelante, nos apremia, nos hace valorar más a las personas, nos enriquece, nos alienta. El tiempo es nuestro bien más preciado. Y ahora que veo canas en mi cabello, ahora que empiezan a marcarse arrugas en mi piel, en este momento que mi cuerpo resiente lo excesos de ayer ahora me doy cuenta de lo valioso que he tenido, ahora me doy cuenta de lo importante que han sido todas las personas que he conocido, todas las experiencia que he vivido, ahora me doy cuenta que vivir es y será lo mejor que me ha pasado y eso es algo que debo agradecer.
Dios es el padre del tiempo, el me regalo todo a través de él, y en medio de todo eso te he encontrado, me has encontrado, nos hemos encontrado y como sé que no siempre estaremos juntos, como sé que tu presencia en mi vida es un regalo, como sé que mi tiempo es limitado, sé que debo agradecerte el que te hayas tomado el tiempo de conocerme, de soportarme, de alegrar mi vida con tu presencia, de leer esto que escribo. De lejos o de cerca, eres parte de mi vida, y compartes tu tiempo conmigo y ese es un regalo que el dinero no puede comprar.
Este soy yo, una hermosa escultura que el tiempo ha modelado, con fisuras y quiebres, con heridas y cicatrices, con triunfos y caídas, con virtudes y pecados, este soy yo. Este que tiene tantas imperfecciones y tan pocos dones. Este soy yo, el fruto de lo que he vivido y en medio de esa vivencia estás tú, como un bastón, como una fuente, como una sombra, como brisa, como ayuda. Perdona mi imperfecciones, perdona mis olvidos, perdonas mis errores pues así soy, simplemente humano, sencillamente yo.
Gracias porque sin ti no habría nosotros, sin ti, no habría a quien escribirle, sin ti, no habría a quien hacer reír, sin ti, mi tiempo seria un desierto vacio y sin vida, pero gracias a ti, vivo en medio de un gran bosque en el cual tú eres un enorme árbol.
Gracias pues has hecho de mí tiempo una experiencia digna de vivir, y hoy simplemente quiero darte gracias.
Que el buen Dios te bendiga
Paz y Bien