Que
complejos somos los seres humanos, no solo necesitamos combustible para que
nuestros músculos y órganos trabajes con normalidad; No, eso no es suficiente, Mas
que comida necesitamos alimento que llene nuestras panzas y nuestros corazones,
no solo necesitamos conocimiento que nos ayuden a entender cómo funciona el
mundo a nuestro alrededor, necesitamos un aprendizaje profundo nacido de la
experiencia, el acompañamiento y el afecto; no solo necesitamos vigilantes que
no digan a donde podemos y no podemos ir; mas que un tutor necesitamos un amigo,
alguien que nos entienda que nos escuche y saque de nosotros lo mejor.
Somos
complejos porque no somos un procesador de datos que ejecuta órdenes y
comandos, somos seres humanos con sentimientos, con necesidades materiales y
afectivas, con realidades humanas, con historia, con pasado, con sueños, con
problemas con alegrías y tristezas, con virtudes y pecados, con días buenos, días
malos y días regulares.
No somos
una hoja de Word que debe ser llenada, somos una persona que debe ser
entendida, aceptada, estimulada y amada.
Somos
humanos y necesitamos mucho más que cosas materiales, porque al fin de cuentas
tenemos un cuerpo, alma y espíritu creados por un Padre en común que nos atrae hacia él con
tanta fuerza que aunque no lo conozcamos sabemos que siempre está ahí amándonos.
Somos
humanos, formados del humus de la tierra, vivos por el aliento del padre que cuando
soplo en nuestras narices, eternos viajeros en busca de nuestro lugar en el
cielo junto a él, a veces perdidos, otra veces encontrados, siempre en marcha,
siempre con necesidades, siempre empujados hacia delante, siempre mirando mas allá,
inquietos, curiosos, inteligentes, frágiles, pequeños en un mundo gigante,
diminutos en un universo infinito, amados por un Dios que es más de lo que
podemos imaginar o pensar. Eso somos. Somos hijos de Dios amados por él.
Entender
que somos humanos es la tarea principal que debe emprender cada catequista,
partiendo del entenderse a si mimo, hasta llegar a entender a los demás, desde
la experiencia personal hasta el compartir fraterno, desde el yo hasta el otro.
Desde mi realidad hasta su realidad. Sin esta experiencia de humanizar todo
acto catequético va perdiendo sentido; es decir, se debe entender que el
interlocutor que está ahí, es tan ser humano como lo soy yo, que tiene tantas
dificultades como las tengo yo, que tiene un cuerpo tan frágil como el mío y
que necesita de Dios tanto o incluso más que yo.
Cristo
se hizo humano para entendernos, los cristianos hemos de hacer lo mismo o perderemos
el sentido de nuestra misión.
Entender
y comprender, esto es construir puentes y no barricadas, es acercar y no
alejar, es darse, es entregarse, es acortar las distancias, y sanar corazones, más
allá de la transmisión de los conocimientos tiene que tocar el corazón y la
persona humana, a Jesús sus contemporáneos le llamaban maestro (rabí) y decían que
era destino que enseñaba diferente a escribas y fariseos el mismo Natanael lo
reconoce como tal, solo por el hecho de que él lo había visto, es decir le conocía,
y para entender primero hay que conocer, bajar, buscar y encontrar al otro, no
desde lejos como espectadores sino de cerca como hermanos.
En mi
opinión la catequesis debe ser: Una caricia de amor, Una palabra que sana y Un gesto
que une. No estoy hablando de contenidos, ni de itinerarios, no se trata de
eso, hablo del encuentro entre dos seres humanos que buscan a Dios. Semejantes
no iguales, en una relación vertical sino horizontal. No un maestro sino un
hermano, no un guía sino un compañero de camino.
UNA
CARICIA DE AMOR
La necesidad
más profunda del ser humano es la necesidad de amor. Estamos hechos de amor
puro y somos felices cuando recibimos amor de los demás, esa si se quiere es la
características más relevante que nos asemeja a Dios, el nos ama tanto, que nos
creó, nos libreo, nos salvo y nos dio a su hijo, quien murió y resucito por
nosotros. Dios es amor, el hombre proviene de ese amor fundamental y por eso
tiene en sí mismo la semilla del amor, pero también una sed inmensa de este,
sin embargo es una sed que solo puede ser saciada por la fuente que no se seca
y ese es Dios mismo.
Si la
catequesis no refleja ese amor que viene de Dios, algo muy malo está pasando,
si el catequista no es un enamorado de Dios que como un espejo bien pulido
refleje a Dios a quien él conoce, algo muy malo está sucediendo. La catequesis
no debe ser una clase de matemática donde se suma y se resta, donde se
multiplica o divide, la catequesis debe ser una caricia de amor al corazón
herido de aquel destinatario que camina a mi lado en su proceso de crecimiento.
El otro debe sentirse amado no solo por Dios, sino también por el catequista,
el amor es el centro de la acción catequética, si se le quita, este
sencillamente se cae.
Quienes
comparten con nosotros la catequesis, necesitan sentirse amados porque son
seres humanos, más que cumplir con una planificación de objetivos y temas se
debe cumplir con la premisa del señor: ámense los unos a los otro como yo les
he amado. Sin esa caricia de amor que toque el corazón mas que la razón, la
catequesis jamás se renovara, y todo esfuerzo terminara en cansancio y no encontraremos
plenitud.
El catequista
debe saberse amado por Dios y tener la experiencia personal de ese amor de Dios
que lo mueve a anunciarlo. Si no se anuncia la experiencia de ese amor entonces
¿Qué se anuncia? Quien es amado, sabe amar, quien es amado entiende, perdona,
ayuda, no porque se cree mejor, no porque sabe más, sino porque ha encontrado
una fuente inagotable de amor que desea que todos beban de ella. El catequista
tiene que vivir el encuentro de amor con Dios antes de ir al encuentro con el
otro. Pues solo en el amor se puede educar en la fe.
UNA
PALABRA QUE SANA
Las palabras
tienen un gran poder, porque al ser humanos esas palabras que recibimos entran
en la mente y en el corazón. Una palabra de amor enriquece, una palabra de odio
empobrece. Hay palabras que nos hacen subir a las cumbres de la felicidad,
mientras otras nos hunden en la depresión. Las palabras que usamos pueden ser bálsamo
que alivia o veneno que mata. ¿De dónde nace la diferencia? La diferencia está
en quien las dice y como las dice. Cada catequista es un comunicador, que tiene
el don para transmitir la Palabra que da vida. Es también un ser humano que siente
y padece las dificultades de la vida. Ahora bien, siendo quien es, su misión es
comunicar el mensaje que Dios le ha revelado a través del magisterio, de la
palabra, de la historia y de su día a día.
Sin embargo
no es tan fácil como parece, lo primero que se debe entender es que lo que diga
y como lo diga dejara una huella profunda en el corazón de quienes lo escuchan.
Tienen el poder de acercar o de alejar, de sensibilizar o enojar. Tiene una
gran tarea designada por el obispo y deben esforzarse en hacerlo lo mejor que
se pueda. El catequista no habla en su nombre, habla en nombre de Dios y de la
Iglesia. Y como todo orador debe perfeccionarse cada día en el arte de
comunicar, de hacerse entender. Cada palabra que diga debe estar sazonada con
la experiencia de una Iglesia con 20 siglos de experiencia.
La tarea
del catequista es hacer que cada una de sus palabras, toquen a la vez la mente
y el corazón, que enseñe, que eduque, pero también que sane. En un mundo lleno
de tantas barbaries, de tantas ofensas y groserías, es necesario que el
catequista tenga palabras distintas, palabras de amor que sanen el corazón
herido de quien escucha.
Cuando
Jesús resucito todo quedaron por el suelo, y los discípulos de Emaús no eran la
excepción, estaban dolidos, tristes perdidos, un tanto amargados y confundidos,
Jesús se les acerca camina con ellos, se interesa en ellos, habla y escucha,
explica, conversa enamora con las palabras y ellos sienten arder su corazón
tanto que desean que él se quede, que no siga de largo, que siga hablando.
Tu querido
amigo catequista debes hacer lo mismo. Tener en tu corazón la viva experiencia
del resucitado, explicar las escrituras con el ardor de quien sabe que Jesús está
vivo. No monologar, no hablar solo para ti, sino saber escuchar, que tus palabras
sean sanadoras, pero para que tus palabras puedan sanar tienes que tener los
otros sentidos despiertos y darte cuenta del sufrimiento que tienen los que te
escuchan, no les hables de lo que a ti te gusta, háblales de lo que ellos
necesitan, están heridos, necesitan Sanar, están perdidos, necesitan encontrar
el camino. Sobra quienes los griten, sobra quienes los juzguen, sobra quienes
los hieran, los que les hace falta es alguien que se atreva a escucharlos no
para juzgarlos, sino para ayudarlos, uno que se atreva a caminar con ellos, a
probarse sus sandalias, a bajarse hasta estar a su altura e intentar ver el
mundo desde su perspectiva y mostrarle con amor aquello que Dios te ha
revelado.
Ellos
no necesitan un maestro, necesitan un compañero de camino que haga arder su corazón.
Y si el tuyo aun no está ardiendo o se le ha acabado el combustible, vuelve a
la fuente, vuelve a la fracción del pan y ahí tus ojos se abrirán y podrás
correr a anunciar que Jesús Vive y esa verdad sana todo corazón
Después
de la resurrección Jesús se le acercó a Pedro y le preguntó 3 veces si lo amaba y cuando él le responde
que si, Jesús le dice: apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos. Pedro había
negado a Jesús 3 veces, pero ahora que le ha perdonado tiene un gesto bonito le
encarga su redil. No para que sea su dueño sino para que lo cuide lo apaciente,
lo defienda, lo proteja y lo guie.
El catequista
no es dueño ni de la misión que le ha sido en cargada, ni de las ovejas. No es
dueño de nada pero se les han confiado algunas ovejas del redil del señor y lo
que les suceda es su responsabilidad. Responsables sí, pero no somos dueños de
nada. La obra es de Dios, y nosotros somos solo siervos inútiles que hacen lo
que les toca.
La catequesis
debe estar llena de gestos de fraternidad, de confianza y de amor. La sonrisa,
el buen trato, la generosidad, y el cariño son algunos de esto gestos. De nada
sirve tener la verdad revelada si al anunciarla la hacemos de mala gana, con
mala cara, malgeniados o iracundos. Querido catequista el señor te dice:
apacienta mis corderos, trátalos con cariño, ten gestos de amabilidad con
ellos.
Es necesario
que aprendamos a tratarnos con acariño, sobre todo si somos catequistas.
No eres
un general que tienes que gritar órdenes a sus sub alternos eres un escogido de
Dios al que se les ha confiado el cuidado de unas almas.
Que en
catequesis nadie se vaya herido, que nadie se vaya maltratado, no dañes sino
cuida, protege y ayuda. No todo marcharan al mismo ritmo, corre con los que
sean veloces, gatea con quienes no sepan caminar. Vivimos en un mundo lleno de
odios y de maltratos se tú un oasis de paz. Y como la paz no es una palabra
sino una forma de vida haz que con tus gestos, con tu forma de ser y con tu cariño
todos quieran refugiarse ahí donde tú estás: al abrigo del todo poderoso.
No te
dejes vencer por el pesimismo. No te dejes llevar por la ira. Sonríe más, escucha
más, entrega mas, esfuérzate más, da siempre más de lo que te pidan, no te
pongas límites y si te los pones supéralos. Nunca seas mediocre Pues Dios y la iglesia confían
en ti.
A ti
querido catequistas van estas palabras.
Espero
que te ayuden
Dios
te bendiga
Paz y
bien.
Diac rafa
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